donde despachó al indio a llamar a su cacique, que dijo estaba cerca con toda su gente, sobre una laguna, que llaman hoy de . Y otro día, como a las dos de la tarde, vinieron dos canoas de indios de parte de su cacique, con mucho pescado y carne; y estando hablando con ellos vieron venir de la otra banda cuarenta canoas con más de 300 indios: y tomando tierra en la misma isla a la parte de abajo, el capitán mandó a su gente que estuviesen alerta con sus armas en las manos.
Los indios desembarcaron en tierra, y vinieron al real como ciento de ellos sin ningunas armas; y hablando algo apartados, no se atrevían a llegar de temor de los arcabuceros y armas que tenían en sus manos; y que pues ellos no las traían y venían de paz, no era razón que ellos las tuviesen. En esta conformidad dio orden el capitán a su gente las arrimasen por asegurar a los indios; y con este seguro llegaron. Comenzando a hablar, trataron muchas cosas diversas, y entre ellas (que receloso de alguna traición, mandó que estuviesen con cuidado los suyos) les preguntó por intérprete, que si sabían de , y le respondieron "ad Efesios" no concordando en nada. Y esparciendo la vista por el real, se iban llegando con muestras de querer contratar con los soldados; y pareciéndoles a los indios que los tenían asegurados, hicieron seña tocando una corneta, y a un tiempo vinieron a los brazos con los españoles, acometiendo primero a doce indios, los cuales no procuraban sino derribar a los españoles en tierra, y esto con gran gritería.
Mas como el capitán estaba con recelo de lo que sucedió, desenvolviéndose con gran valor con espada y rodela, hiriendo y matando a los que le cercaban, se hizo plaza y socorrió a los soldados, que en aquella sazón estaban bien oprimidos, por ser muchos los que a cada uno acometieron. El primero con quien encontró, fue con el alférez Vergara que le tenían en tierra, al cual libró de aquel peligro; y luego deshació a Juan de Vera de los que le traían a mal traer, y los tres fueron socorriendo a los demás. En este tiempo don Juan de Carabajal, y Pedro Ramírez Maduro, que libres de sus enemigos, valerosamente favorecían a sus compañeros, de manera que ya casi todos estaban en salvo, cuando llegó la fuerza de los enemigos, tirándoles gran número de flechas, y con la gran vocería parecía que la isla se hundía, a los cuales los nuestros se opusieron con grande esfuerzo, con lo que les impidieron la entrada.
En este mismo tiempo fueron acometidos los navíos de veinte