caminando por la orilla del río, por las peñas y riscos que a una mano y otra lleva. Con cuyo suceso el General quedó en punta de perecer, por ser toda aquella tierra asperísima y desierta; donde los más de los amigos naturales de la provincia le desampararon: de manera que les fue forzoso salir rompiendo por grandes bosques y montañas hasta los primeros pueblos; y porque mucha gente de la que traía iba enferma y no podía caminar por tierra, dio orden para que se metiesen en algunas canoas que habían quedado con los mejores indios amigos que traían, y se fuesen poco a poco, llevándolas a la sirga río abajo: yendo por capitán y caudillo un hidalgo de Extremadura, llamado Alonso de Encina. Este acudió a lo que se le encargó, con tanta prudencia y cuidado, que salió de los mayores peligros del mundo; en especial en un paso peligrosísimo del río, de una olla y remolino que como en un abismo se absorbe el agua, sin dejar a una y otra parte de la orilla cosa que no arrebate y trague dentro de su hondura, con tanta furia y velocidad, que cogida una vez es imposible salir de él, y dejar de ir a la profundidad de la olla; que es tal y tan grande que una gran nao de la India se hundirá con tanta facilidad como si fuera un batea. Aquí le hicieron los indios de aquella comarca una celada, pretendiendo echarlos a todos con sus canoas en este remolino. Alonso de Encina proveyó con grande diligencia que todos los españoles saliesen a tierra con sus armas en las manos, y acompañados de algunos amigos, fueron a reconocer el paso y la celada; y descubierta, pelearon con ellos de tal manera, que los hicieron retirar, y después de asegurados, se fueron con sus balsas y canoas poco a poco, asidas y amarradas de las proas y popas, con fuertes amarras, hasta pasarlas de una en una de aquel riesgo y peligro, de que Nuestro Señor fue servido sacarlos de aquel Caribdis y Sila, hasta ponerles en lo más apacible del río, y a salvamento: en tiempo que, por relaciones de los indios, se sabía que habían en la boca del ciertos navíos de España. Sucedido este desbarate y perdición tan grande de tanta gente, el General prendió a , lengua, y estando para ahorcarle, aquella noche antes se salió de la prisión en que estaba, y huyó al Brasil, donde en aquella costa topó con el capitán Hernando de Trejo, e hizo allá otros delitos y excesos, por los que fue condenado a un destierro perpetuo en una isla desierta, de que salió con grandes aventuras que le sucedieron.