llegamos a este territorio donde al presente estamos, reformando la gente española, indios amigos y caballos, de los trabajos y peligros pasados; y por ser los naturales de este partido gente la más indómita y feroz de cuantos hasta ahora hemos visto, no han querido jamás venir a ningún medio de paz; antes, a los mensajeros que para ello se les ha enviado, los han muerto, despedazado y comido, procurando por todos medios echarnos de su tierra: han inficionado las aguas, sembrando por todas partes púas y estacas emponzoñadas de yerba mortal, con que nuestra gente ha sido herida y muerta; y así mismo han hecho sus juntas y dado sobre nosotros con mano armada. A los cuales hemos resistido con el favor de Nuestro Señor, no sin notable pérdida y daño nuestro, y de los caballos e indios amigos: por manera que Su Merced el Señor Capitán, informado que más adelante había otra población de indios benévolos, que se llaman Zaquaimbacú, y por salir de la perfidia de aquella gente, determinó de ir a ellos por caminos ocultos, dando de lado a los enemigos de esta comarca. Y tomando guías, partió con todo el campo, y caminando dos días por despoblado, creyendo todos que ibamos dando de mano, a los enemigos e inconvenientes de la guerra, vieron al raso un fuerte de madera con grandes torreones, atrincherados de tal manera que la palizada era doblada y muy fuerte, cercada de una gran fosa, llena de muchas lanzas y púas venenosas, sembradas al rededor, y un gran número de gente para defenderla. Donde alojándonos, les enviamos a requerir de parte de Su Majestad la concordia y amistad que no quisieron admitir: antes, por oprobio e injusticia nuestra, mataron a los mensajeros, y a saliendo fuera del fuerte incitaban a pelea y escaramuza, tirando mucha flechería. Por lo cual Su Merced, y demás capitanes fueron de parecer romper con ellos, y castigar su indómita fiereza, porque de otra manera fueran creciendo en soberbia y atrevimiento, y a cada paso nos salieran con avilantez a los caminos y pasos, de que resultaría el recibir mucho daño de ellos: y así se señaló día, para acometerles a pie y a caballo. Y puesto al efecto con gran riesgo de las vidas y resistencia de los enemigos, les entramos y ganamos su fortificación, rompiendo la palizada: fueron lanzados con muerte de gran número de ellos, y al traerlos a sujeción y dominio nuestro, fue tan a nuestra costa, que además de los que allí quedaron muertos, salieron heridos más de cuarenta españoles, ciento y tantos caballos, y setecientos indios amigos, de los cuales heridos por ser la yerba tan ponzoñosa y mortal, en doce días fallecieron diez y nueve españoles, trescientos indios y cuarenta caballos, sin los que adelante corrieran riesgo, si la divina