La Argentina Manuscrita

parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de que fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole dentro del fuerte aquella noche. En la cual, reconociendo el traidor que todos dormían excepto los que estaban de posta en las puertas, aprovechándose de la ocasión, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro de la fortaleza, y a un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con los guardas, y pegaron fuego a la casa de munición: con que en un momento se ganaron las puertas, y a su salud mataron a los guardas, y a los que encontraban de los españoles, que despavoridos salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse de ninguna manera incorporar unos con otros. Porque, como era grande la fuerza del enemigo cuando despertaron, a unos por una parte, a otros por otra, y a algunos en las camas, los mataban y degollaban sin ninguna resistencia, excepto de algunos pocos que valerosamente pelearon. En especial , que salió a la plaza haciéndola con su rodela y espada por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos, acobardándolos de tal manera, que no había ninguno que osase llegar a él, viendo que por sus manos eran muertos. Y visto por los caciques o indios valientes, haciéndose afuera, comenzaron a tirarle con dardos y lanzas, con que le maltrataron de manera, que todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre.

En esta ocasión, el sargento mayor con una alabarda, cota y celada, se fue a la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones; y entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo a muchos de los que la tenían ocupada, y él asimismo recibiendo muchos golpes de ellos, aunque hizo gran destrozo, matando muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos, tirándole gran número de flechería, que fue atravesado su cuerpo y así cayó muerto.

En esta misma ocasión, el alférez Oviedo, con algunos soldados de su compañía, salieron bien armados, y cerraron con gran fuerza de enemigos que estaban en la casa de munición, por ver si la podían socorrer, y apretándoles con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados, sin mostrar flaqueza, hasta ser muertos; vendiendo sus vidas a costa de infinita gente bárbara que se las quitaron.

En este mismo tiempo, el capitán procuraba acudir a todas partes, herido por muchas y desangrado, sin poder remediar nada: por valeroso se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde, encontrando con el , le dio una gran cuchillada, y asegurándole con otros dos

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La Argentina Manuscrita. ISSN 1668-0001. https://n2t.net/ark:/69774/rgm2020. CC BY 4.0