Sin dar a nadie parte de su determinación, se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, los cuales atadas las manos, lo presentaron a su cacique y principal de todos: y éste como le conoció, le mandó quitar de su presencia, y ejecutarlo de muerte. La cual sentencia oída por su triste mujer, con innumerables lágrimas, rogó a su nuevo marido no se ejecutase: antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos se empleasen en su servicio, y como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos. A lo que el condescendió, por la grande instancia con que se lo pedía aquella a quien él tanto deseaba agradar: pero con un precepto muy rigoroso, que fue, que so pena de su indignación y de costarles la vida, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, y que él daría a Hurtado otra mujer, con quien viviese con mucho gusto y le sirviese; y junto con eso le haría él tan buen tratamiento, como si fuera, no esclavo, sino verdadero vasallo y amigo.
Los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba: y así se abstuvieron por algún tiempo, sin dar ninguna nota. Mas, como quiera que el amor no se puede ocultar, ni guardar ley, olvidados de la que el bárbaro les puso, y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se amaban. Y fue de manera, que fueron notados de algunos de la casa, y en especial de un india, mujer que había sido muy estimada de , y repudiada por la española. La cual india, movida de rabiosos celos, le dijo al con gran denuedo: "muy contento estás con tu nueva mujer: mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido, que a cuanto tienes y posees. Por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que por naturaleza y amor estabas obligado, y tomaste la extranjera y adúltera por mujer".
El se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña en los dos amantes, más dejolo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía. Y disimulando andaba de allí adelante con cuidado, por ver si podía cogerlos juntos, o como dicen, con el hurto en las manos.
Al fin se le cumplió su deseo, y cogidos, con infernal rabia mandó hacer un gran fuego, y quemar en él a la buena Lucía. Puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo el incendio, donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados. Y al instante el bárbaro cruel mandó asaetear a ;