La Argentina Manuscrita

de más de ocho mil casas, de donde salieron a dos leguas de él, cuatro o cinco mil indios a impedir el pasaje a los nuestros; aunque por lo que se vio no fue sino para entretenerlos hasta poner su chusma en salvo. Y habiéndoles los nuestros pagado su atrevimiento con pérdida de muchos de ellos que mataron, desampararon el puesto, y los nuestros llegaron al pueblo, el cual hallaron sin gente, mas todas las casas llenas de comida, y de todas sus alhajas, que eran muchas mantas de algodón listadas y labradas, pieles de onzas y tigres, muchas cebellinas, canguiles, gatillos y nutrias, de que los soldados se pertrecharon. Hallaron muchas gallinas, patos, y cierto género de conejillos que crían dentro sus casas, que todo fue de regalo y en abundancia.

Corrióse todo el pueblo, y en la plaza principal se halló una casa espantable, que por serlo no dejaré de tratar de ella. Estaba en un círculo muy grande a modo de palenque, de muy buena y fuerte madera en forma piramidal, cubierta por lo alto de ciertas empleitas de hojas de palmas, dentro de la cual tenían encerrada una monstruosa culebra o género de serpiente tan disforme, que ponía gran terror y espanto a todos los que la veían. Era muy gruesa y llena de escamas la cabeza muy chata y grande, con disformes colmillos; los ojos muy pequeños, tan encendidos, que parecían centellear; tenía de largo 25 pies, y el grosor por el medio como un novillo; la cola tableada de duro y negro cuero, aunque en parte manchado de diversos colores: la escama era tan grande como un plato, con muchos ojos rubicundos que le hacían más feroz; y éralo tanto que ninguno la miró que no se le espeluzase el cabello. Los soldados la comenzaron a arcabucear, y a herir con saetas y flechas los amigos, y como se sintió herida comenzó a revolverse echando gran suma de sangre; y dando feroces silbos con tanta ferocidad, que hizo temblar a todos los circunstantes. Al fin acabó de morir, y fue averiguado de los naturales de aquel partido, que hacían a esta serpiente adoración, en quien estaba el demonio, les hablaba y respondía. La cual sustentaban sólo con carne humana, de los que en las guerras que unos a otros se hacían, procurando haber siempre cautivos que traer, y dar a comer a este monstruo, de que el Señor fue servido librarles con este suceso.

Recogido, pues, todo el despojo que los soldados y amigos hallaron, los oficiales reales pidieron de todo ello el quinto, diciendo pertenecía a Su Majestad como cosa de estima y de valor, sobre lo cual hicieron muchos requerimientos al Adelantado, como en otras ocasiones habían hecho; y sin más declaración ni acuerdo, comenzaron a molestar a algunos soldados, quitándoles, só color del quinto, lo que

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La Argentina Manuscrita. ISSN 1668-0001. https://n2t.net/ark:/69774/rgm2020. CC BY 4.0