La Argentina Manuscrita

Capítulo XVI

De la entrada de don Fray Pedro de la Torre, primer obispo de esta provincia; y lo que Su Majestad proveyó, etc.

Muchos días había que se tenía noticia por vía de los indios de abajo, como habían llegado de Castilla ciertos navíos a, la boca del ; cuya nueva se tenía por cierta, puesto que la distancia del camino era grande; mas con mucha facilidad, los naturales de aquel río se dan aviso unos a otros por humaredas y fuegos con que se entienden. Y estando el General ausente de la , por haber salido con alguna gente y oficiales de carpintería a hacer tablazón para comenzar: a poner en astillero un navío de buen porte, para despachar a Castilla; llegó una canoa de indios, que llaman Agaces, a la ciudad, expresando que en la angostura y pasaje de aquel río, quedaban dos navíos, uno grande y otro pequeño. Y otro día siguiente llegaron con más resolución; a los cuales salieron a reconocer algunas personas; y topándose en la frontera, seis leguas de la , vieron al Obispo don Fray Pedro de la Torre, a quien como a tal prelado besaron con mucha humildad las manos; donde venía por general por Su Majestad, Martín de Orué, que había ido a la corte por procurador de esta provincia, y a costa de Su Majestad volvió a ella con tres navíos de socorro de armas y municiones, y de lo demás necesario, con el nuevo prelado. Con esto la ciudad y toda la tierra recibió mucho contento, y previno un solemne recibimiento a su pastor; el cual llegó a este puerto, y entró en la ciudad año de 1555, víspera de Ramos: cuya llegada fue de gran consuelo y gozo universal. Venían en compañía del Obispo cuatro clérigos sacerdotes, y otros diáconos y de menores órdenes, y muchos criados de su casa, la cual traía bien proveída y muy ordenada: porque Su Majestad le había hecho merced de mandarle dar ayuda de costa por su viaje, y más de cuatro mil ducados de ornamentos pontificales, campanas, libros y santorales, con otras cosas necesarias para el culto divino, que fue de grande lustre y ornato para aquella república. Venían algunos hidalgos y hombres nobles en esta armada, que todos fueron muy gratamente recibidos y hospedados. Y el buen Obispo, con todo amor y humildad, admitió a grandes y pequeños debajo de su protección y amparo, como tal pastor y prelado; recibiendo sumo contento de ver tan ennoblecida aquella ciudad con tantos caballeros y hombres principales; que dijo no le hacía ventaja ninguna de las noblezas de España. Halló once o doce sacerdotes del hábito de San Pedro, muy honrados: el padre Miranda,

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