Y despachando el General seis soldados en dos carabelas viejas a sacar del agua ciertas barcas y canoas que habían dejado hundidas en una laguna para cuando volviesen, fueron asaltados de los Payaguás, y presos. Porque su continua malicia, habiendo visto las canoas y barcas con las menguantes del agua, reconoció que habían de ser cebo de alguna presa cuando volviesen por allí los españoles, como sucedió. Porque luego que supieron de su llegada, salieron cantidad de canoas a ponerse cerca del real, con buena cantidad de gente de guerra, y encubiertas con ramas e yerbazales de la orilla del río, se estuvieron aguardando a que saliese alguna gente por las canoas y barcas que abajo estaban; por las cuales se habían despachado los seis hombres, que siendo hundidos en el río por esta gente, con facilidad los prendieron a vista del campo: aunque de ellos los tres se rescataron luego, y los otros tres de ninguna manera los quisieron rescatar. Y así se los llevaron a sus pueblos, aunque de ahí a algunos días vinieron a pedir una trompeta de plata que traía el General, y otras preseas y ropa de colores que ellos estiman, por lo que vinieron a darlos. Y sacando las barcas y canoas mandó el General pasasen a la otra banda veinte arcabuceros para asegurar el paso; y hecho con diligencia, fueron atravesando el río con buen orden y pasó el campo con todo el ganado vacuno, yeguas, etc., que traían. Al otro día partieron del puerto, y caminando por sus jornadas, llegaron al primer puerto de la provincia del , el cual hallaron sin gente, por haberla retirado con la ocasión de sus malos intentos: y pasando adelante hacia el pueblo principal de aquel distrito, reconocieron los nuestros que estaban metidos en una gruesa emboscada por el lado de un boquerón de quebrada; y así todos fueron marchando con mucho recato y buen orden, cerrados los escuadrones en cinco mangas: hasta que a las diez del día comenzaron los enemigos a acometer por la vanguardia en la que iba el General; juntamente dieron por la vanguardia, y al mismo tiempo por la retaguardia, y esto con tanta fuerza y furor que iban hiriendo a los nuestros, y de tal manera que les parecía imposible poderles resistir. Pero esforzados con el valor de Dios, y el ánimo y valor español, pelearon a pie y a caballo, de suerte que con matarles mucha gente a los enemigos, no se reconoció por grande espacio ventaja. En cuya ocasión el buen Obispo andaba muy solícito por el campo, esforzando a los soldados, junto con otros religiosos, con palabras dignas de quien las decía. Con lo cual se fue ganando tierra al enemigo, procurando el General llevar el bagaje muy apretado y recogido en medio de la