en conserva del Obispo, y de los demás que iban a España; llevando por tierra caballos, yeguas y vacas. Y llegados a la boca del Paraguay, acordaron que los de tierra pasasen el río de la otra parte del , y por aquella costa se fuesen hasta la laguna de los Patos. Lo cual se hizo sin dificultad de enemigos, por ir descubriendo aquel camino que jamás se había andado por los españoles. Y juntos en aquel páramo los de la carabela y pobladores, se despidieron, los unos para Castilla, y los otros tomaron el río que llaman de los Quiloasas; atravesando a la parte del Sud-Oeste. Y sentado su real, corrió aquel territorio, y vista su buena disposición, determinó hacer allá una fundación; para lo cual ordenó su elección y Cabildo, regidores, con dos alcaldes ordinarios y su procurador. Y habiendo tomado la posesión, y hecho los requisitos de ella, puso luego por obra un fuerte de tapia, de la capacidad de una cuadra, con sus torreones, donde se metió con su gente. Fue hecha esta fundación llamada la ciudad de Santa Fe, el aña referido, día del Bienaventurado San Jerónimo. Está en un llano, tres leguas más adentro, sobre este mismo río que sale 12 leguas más abajo: muy apacible y abrigado para todo género de navíos; la tierra es muy fértil de todo lo que en ella se siembra, de mucha caza y pesquería. Hay en aquella comarca muchos naturales de diferentes lenguas y naciones, de una y otra parte del río, que unos son labradores, y otros no. Concluido el fuerte, luego salió a correr la tierra, empadronando a los indios de la comarca, así para encomendarlos a los pobladores, como para saber el número que había: para lo cual sacó 40 soldados en el bergantín, una barca y al unas canoas; y bajando el río abajo le salieron muchos indios de paz, y para poderlos visitar fue fuerza entrasen con el bergantín por un estrecho río, que sale al mismo principal, por donde había muchos pueblos de naturales; y después de haber entrado por aquel brazo, llegaron a cierto puerto, donde los indios le pidieron estuviese algunos días para ver la tierra. Y una mañana se fue llegando tanta multitud de gente, que los puso en gran cuidado, por lo cual el capitán mandó a su gente que estuviesen todos alerta con las armas en las manos, y que ninguno disparase hasta que él lo mandase. Y viendo que toda aquella tierra se abrazaba en fuegos y humaredas, mandó subir a un marinero a la gavia del navío, para que reconociese el campo; el cual dijo que todo cuanto había a la redonda estaba lleno de gente de guerra, y mucha más que venía acudiendo por todas partes, sin muchas canoas que de río abajo y arriba acudían para coger a los navíos en medio.