de modo que no queda sino la masa metálica en el fondo, la cual se pone después al fuego en crisol, para separar de ella el mercurio, lo que se hace por evaporación: en cuanto a la substancia de hierro, ésta no se evapora, sino que permanece mezclada con la plata, por cuya razón siempre hay en ocho onzas (pongamos por ejemplo) tres cuartos de onza, poco más o menos de falsa aleación.
La plata, una vez así refinada, se lleva a la casa de moneda, donde la ensayan, para comprobar si tiene la debida aleación; después de lo cual es fundida en barras o lingotes, que son pesados y deducida una quinta parte de ellos, que pertenecen al Rey y son sellados con su marca; el resto pertenece al mercader, quien del mismo modo aplica su sello y se los lleva de allí adonde quiera, en barras o acuñados en reales u otra moneda. Esta quinta parte es el único provecho que el Rey obtiene de las minas, la cual es estimada con todo en varios millones. Pero aparte de esto, extrae considerables sumas por los impuestos ordinarios sobre las mercaderías, sin contar lo que obtiene del mercurio, tanto del que