La co sa a tal ex tre mo hu bo lle ga do
que car ne hu ma na vi que se co mí a
ham bre ca ni na fuer za a llí a un sol da do
pen san do que su he cho na die ví a
Las tri pas le sa ca ra a un a hor ca do
y al me dio del co cer se las co mí a
Los hue sos se ro í an de fi na dos
quién no llo ra es tos ca sos de sas tra dos
Un mo zo que a tam bor fue de la ar ma da
en es ta cru da ho rren da y gran de rui na
sa bien do se guar da ba en la po sa da
de Flo ren ti na y do ña Ca ta li na
el res to de ra cio nes ya pa sa da
la me dia no che a prie sa va y ca mi na
y en tran do en la cho zue la le sen tí an
las da mas y al en cuen tro le sa lí an
La u na da ma y o tra le co gie ron
sin que pu die se el po bre es ca bu llir se
A pie dad nin gu na se mo vie ron
que de e llas con ver dad no ha de es cri bir se
La o re ja de su ros tro des pren die ron
y al po bre sin cu rar le de jan ir se
y por más pre su mir de su mal he cho
la o re ja abs ci sa cla van en su te cho
La cosa a tal extremo hubo llegado
que carne humana vi que se comía;
hambre canina fuerza allí a un soldado,
pensando que su hecho nadie vía.
Las tripas le sacara a un ahorcado,
y al medio del cocer se las comía.
Los huesos se roían de finados,
¿quién no llora estos casos desastrados?
Un mozo, que atambor fue de la armada,
en esta cruda, horrenda y grande ruina,
sabiendo se guardaba en la posada
de Florentina y doña Catalina
el resto de raciones, ya pasada
la media noche, a priesa va y camina;
y entrando en la chozuela le sentían
las damas, y al encuentro le salían.
La una dama y otra le cogieron
sin que pudiese el pobre escabullirse.
A piedad ninguna se movieron,
que de ellas con verdad no ha de escribirse.
La oreja de su rostro desprendieron,
y al pobre sin curarle dejan irse,
y por más presumir de su mal hecho,
la oreja abscisa clavan en su techo.
La cosa a tal extremo hubo llegado,
Que carne humana ví que se comia:
Hambre canina fuerza allí a un soldado,
Pensando que su hecho nadie via.
Las tripas le sacára a un ahorcado,
Y al medio del cocer se las comia:
Los huesos se roian de finados,
¿Quien no llora estos casos desastrados?
Un mozo, que atambor fue de la armada,
En esta cruda, horrenda y grande ruina,
Sabiendo se guardaba en la posada
De Florentina y Doña Catalina,
El resto de raciones, ya pasada
La media noche, a priesa va y camina;
Y entrando en la chozuela le sentian
Las damas, y al encuentro le salian.
La una dama y otra le cogieron,
Sin que pudiese el pobre escabullirse:
A piedad ninguna se movieron,
Que de ellas con verdad no ha de escribirse.
La oreja de su rostro desprendieron,
Y al pobre sin curarle dejan irse,
Y por mas presumir de su mal hecho,
La oreja abscisa clavan en su techo.