por su justo precio, que sumaba 100.000 coronas, y obtuvo por lo menos 400.000. Así el capitán del barco y el gobernador obtuvieron un gran provecho; pero este , cuyo nombre es , siendo un hombre muy desinteresado, y nada apegado al dinero, declaró que la utilidad de ese negocio era para el Rey su amo y le dio cuenta de ello por el correo.
Separados de esos barcos, fuimos a anclar frente a Buenos Aires; pero a pesar de todas las instancias y ofrecimientos que pudimos hacer una vez tras otra a este , no pudimos obtener nunca su autorización para desembarcar nuestras mercaderías y exponerlas a la venta al pueblo de la plaza, porque para ello no teníamos licencia de España. Sólo consintió en dejarnos bajar a la ciudad de tanto en tanto, para procurar víveres para nuestros hombres y otras cosas por el estilo que necesitáramos. Nos trató con este rigor durante once meses, después de los cuales se presentó una ocasión que le obligó a tratarnos mejor y a entrar en una especie de arreglo con nos otros. Había otro barco español en el puerto, el mismo que un año antes había traído soldados y armas de España para reforzar las guarniciones de Buenos Aires y Chile, del cual
